martes, 27 de agosto de 2013

Miley.


Y es que cada día que pasa estoy más segura de que fuiste tú, pequeño ladrón de almas, el que inhalaste la poca vida que me quedaba.  Me agarrabas de la cintura mientras, a escondidas, destruías todas las promesas que,  en pleno éxtasis del amor, te habías atrevido a pronunciar. Hoy sigo anclada a todas esas mujeres que te pertenecieron mientras me hacías el amor, y no solo a ellas. Sigo odiando a aquellas que ni siquiera conozco y que se encargan de prepararte noches en vela con rumbo hacia lo que tu llamabas cielo. Y aprender a sobrevivir no me sirve, ya ves, aquí estoy copa en mano escribiendo cuentos sin un “y comieron perdices”.  Y ahora solo soy capaz de exhalar recuerdos y una migaja de “quizás vuelvas a ser quién un día fuiste (como al principio de todo)”.

Si pudiera arrancarme este dolor como quién se arranca una tirita, si pudiera romper esa sonrisa con un solo portazo, si pudiera dejar de temblar cada vez que te veo. Si pudiera. Pero no puedo. Por eso, incapaz de no coger el teléfono cada vez que me llamas, vuelvo todas las noches a tu cuarto, para poder ser tu polvo mejor que llegar a ser tu nada.

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