Ni
siquiera sabía que te ibas de viaje cuando alguien (no sabemos quién) decidió
que era hora de partir. Hiciste las maletas en silencio. Guardaste tus
sonrisas, tus bromas, tu felicidad y tu cuerpo dentro. Y te fuiste. Te fuiste y
se te olvido llevarte nuestras lágrimas, nuestro dolor y tus recuerdos. Eso se
quedo aquí entre nosotros. Entre paredes, lugares y palabras que nos recuerdan
que exististe un día no muy lejano.
Te
marchaste un uno de noviembre hace cinco años y, a día de hoy, seguimos
buscando la manera de no echarte tanto de menos. Que suerte tenerlas a ellas,
“más valientes que las pesetas” como diría mi abuela, tus hijas. Esas
mujercitas con vitalidad desbordante que nos recuerdan lo afortunados que
fuimos al tenerte en nuestras vidas casi 17 años (en mi caso).
Son idénticas a
ti.
Son vida en estado puro.
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