lunes, 19 de agosto de 2013

Blancanieves.


Mira que siempre escuche por boca de otros que los duelos eran solo aptos para caballeros. Un combate a muerte cuyo único superviviente es vencedor de su propio honor. Debe ser que soy una de esas mujeres más hombre que mujer, y armada hasta los dientes decidí que esta justa la ganaba yo. Coloque mi orgullo en la mano y dispare con lo único que podía hacerte más daño que la propia bala, mi ausencia. Me retire a vivir en mi misma y llene mi cabeza-cuerpo-miocardio de optimismo y soberbia. Quise quererme más de lo que te quise a ti y para ello tuve que viajar al norte, allí donde los sentimientos, irremediablemente, acaban congelándose. A mi regreso solo cabía esperar. Esperar el momento. ESE  en el que dependiendo del corazón te proclamas vencedor de la partida.


Ha pasado ya casi un año y sigo rezando (sin ser creyente) para que las pulsaciones se mantengan en su sitio cuando volvamos a encontrarnos. Qué putada (si me permites la expresión) que me hayas tendido una emboscada. Yo estaba dormida y a ti te pareció que la mejor manera de ganar esta batalla era presentarte en uno de mis sueños y destrozar cada uno de los escudos que con tanto esfuerzo-sufrimiento-llanto había construido para mi.

Maldito bastardo. 
Hoy me he levantado con ganas de ti. 

Me retiro.

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