Mira que siempre escuche por boca de otros que los
duelos eran solo aptos para caballeros. Un combate a muerte cuyo único superviviente
es vencedor de su propio honor. Debe ser que soy una de esas mujeres más hombre
que mujer, y armada hasta los dientes decidí que esta justa la ganaba yo. Coloque
mi orgullo en la mano y dispare con lo único que podía hacerte más daño que la
propia bala, mi ausencia. Me retire a vivir en mi misma y llene mi
cabeza-cuerpo-miocardio de optimismo y soberbia. Quise quererme más de lo que
te quise a ti y para ello tuve que viajar al norte, allí donde los
sentimientos, irremediablemente, acaban congelándose. A mi regreso solo cabía esperar. Esperar el
momento. ESE en el que dependiendo del
corazón te proclamas vencedor de la partida.
Ha pasado ya casi un año y sigo rezando (sin ser
creyente) para que las pulsaciones se mantengan en su sitio cuando volvamos a
encontrarnos. Qué putada (si me permites la expresión) que me hayas tendido una
emboscada. Yo estaba dormida y a ti te pareció que la mejor manera de ganar
esta batalla era presentarte en uno de mis sueños y destrozar cada uno de los escudos que con tanto esfuerzo-sufrimiento-llanto había construido para mi.
Maldito bastardo.
Hoy me he
levantado con ganas de ti.
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