Les contare que mi vida estuvo llena de idas y
venidas, de pasiones suicidas que acababan volviéndome loca, hasta que llegaste
tú. Les contare que fuiste el perfecto novio que cualquiera podría haber
deseado, que trabajabas sin descanso para conseguir lo que nos haría más
felices; el dinero. Justificare tu cansancio al llegar a casa todas las noches repitiéndome
una y otra vez que “madurar es esto”.
Trabajar. Contare el número de veces que espere despierta (hasta las tres de la
madrugada) a que me tocaras, quizás una pierna, con intenciones de pecar. Les
diré la verdad, que los cumplidos llegaban con cuenta gotas y que las bromas e
insultos empezaron a ocupar un lugar más amplio en nuestros corazones. Que, a tu lado, una
vez me sentí querida pero nunca me sentí deseada.
Y mientras pienso en cómo
será mi futuro (porque hay miles de euros en juego) sigo abierta de piernas
contigo al lado durmiendo. Esperando que algún día no regreses a casa tan
cansando como para hacer(me) el amor. Y que quieres que te diga, no hago más que
recordar aquel vídeo que encontramos por casualidad. Aquella misma tarde dijiste
que te recordaba a nosotros. “Requiere un mantenimiento exhaustivo” repite
aquella voz. Rebobino una y otra vez para escucharla cada vez con más claridad. Y no puedo evitar pensar en que algún día, sin avisar, recogeré mi
cepillo de dientes de tu cuarto de baño y me iré, porque como dice Hank Moody “Este es un mundo enorme y malo, lleno de
vueltas y recovecos y basta con parpadear para que desaparezca el momento”.
Nuestro momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario