jueves, 15 de agosto de 2013

Karen.


Les contare que mi vida estuvo llena de idas y venidas, de pasiones suicidas que acababan volviéndome loca, hasta que llegaste tú. Les contare que fuiste el perfecto novio que cualquiera podría haber deseado, que trabajabas sin descanso para conseguir lo que nos haría más felices; el dinero. Justificare tu cansancio al llegar a casa todas las noches repitiéndome una y otra vez  que “madurar es esto”. Trabajar. Contare el número de veces que espere despierta (hasta las tres de la madrugada) a que me tocaras, quizás una pierna, con intenciones de pecar. Les diré la verdad, que los cumplidos llegaban con cuenta gotas y que las bromas e insultos empezaron a ocupar un lugar más amplio en nuestros corazones. Que, a tu lado, una vez me sentí querida pero nunca me sentí deseada. 

Y mientras pienso en cómo será mi futuro (porque hay miles de euros en juego) sigo abierta de piernas contigo al lado durmiendo. Esperando que algún día no regreses a casa tan cansando como para hacer(me) el amor. Y que quieres que te diga, no hago más que recordar aquel vídeo que encontramos por casualidad. Aquella misma tarde dijiste que te recordaba a nosotros. “Requiere un mantenimiento exhaustivo” repite aquella voz. Rebobino una y otra vez para escucharla cada vez con más claridad. Y no puedo evitar pensar en que algún día, sin avisar, recogeré mi cepillo de dientes de tu cuarto de baño y me iré, porque como dice Hank Moody  “Este es un mundo enorme y malo, lleno de vueltas y recovecos y basta con parpadear para que desaparezca el momento”.

Nuestro momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario