Llueve. El cristal sigue empañándose y la radio,
incapaz de sintonizar una emisora, emite sonidos incomprensibles para mi oído.
Quizás porque, como yo, todos los caminos me parecen igual de confusos y soy
incapaz de escoger el mejor. El cuentakilómetros avanza. Atrás quedan recuerdos
empapados en errores y amaneceres que calan hasta la médula. Debe ser porque
los huesos ya están resfriados de tanto soportar vendavales.
Quien tuviera una
máquina del tiempo para poder viajar a través de tus ojos, de nuevo. Quien fuera
marinero para naufragar en tu boca, otra vez, durante aquellos días de tormenta
y reconciliación. Quien fuera sol y luna para estar contigo las 25 horas que tenían
mis días a tu lado. Una más que utilizaba para mirarte mientras te hacías la
dormida y así poder contar tus lunares.
Me obligo a volver a la realidad y
agarro el volante con fuerza.
Fuera sigue lloviendo y el sol se pierde, por
fin, entre el horizonte.
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