sábado, 6 de abril de 2013

Penélope.


Llueve. El cristal sigue empañándose y la radio, incapaz de sintonizar una emisora, emite sonidos incomprensibles para mi oído. Quizás porque, como yo, todos los caminos me parecen igual de confusos y soy incapaz de escoger el mejor. El cuentakilómetros avanza. Atrás quedan recuerdos empapados en errores y amaneceres que calan hasta la médula. Debe ser porque los huesos ya están resfriados de tanto soportar vendavales. 
Quien tuviera una máquina del tiempo para poder viajar a través de tus ojos, de nuevo. Quien fuera marinero para naufragar en tu boca, otra vez, durante aquellos días de tormenta y reconciliación. Quien fuera sol y luna para estar contigo las 25 horas que tenían mis días a tu lado. Una más que utilizaba para mirarte mientras te hacías la dormida y así poder contar tus lunares. 
Me obligo a volver a la realidad y agarro el volante con fuerza. 
Fuera sigue lloviendo y el sol se pierde, por fin, entre el horizonte. 

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