Y
aun así, cuando regreso a casa con un par de copas de más es inevitable acordarse de
ti. De tu último cigarro del día en la ventana, de las paredes grises de
nuestra habitación. Grises como los días en los que vivo desde que decidiste
respetar mi decisión. Abandonarte. Dejarte libre. ¿Marchar? No encuentro la
palabra correcta. Todas me siguen pareciendo igual de incomprensibles y
nefastas. Nada encaja con lo que te diría si estuvieras aquí, en nuestro sofá debajo
de una manta. En casa. Con las manos enlazadas. Porque sigo paseando por
nuestra calle y sigo esperándote a las 10:30 en la salida. Aunque tú no me veas,
sigo escondida entre tus “te quiero” y mis “no te quiero olvidar”. Demasiados “quiero”
en este corazón etílico cansado de intentar olvidarte en cada sorbo que le doy
a la vida.
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