martes, 19 de marzo de 2013

Adele.


Él se enamoro de la manera en la que os conocisteis. Una tienda de libros perdida en mitad de Madrid, un concierto de su artista favorito en Barcelona. Al fin y al cabo todas las buenas historias deberían comenzar así. Te encontró en medio de la nada con una sonrisa y pensó que quizás eras tú lo que había estado buscando. Eras el prototipo perfecto de cualquier hombre, unos cuantos rizos cayendo sobre los hombros y ojos avellana. Pero fallaste, salieron mal las cuentas y mientras tú medias el tiempo por días que estabas sin él, él contaba los besos que concedía a otras mujeres.

Hay algo que debes saber. Esas manos que desabrocharon tus pantalones hace un par de meses son las mismas que ahora bajan la cremallera de mí vestido color burdeos. Deberían fallarme las cuentas a mí también, debería poner a salvo a mi pequeño miocardio de las posibles fibrilaciones que proporcionan los hombres. Deber debería. Pero no quiero. Mi corazón late demasiado fuerte cuando me dice “eres casi perfecta” y, corrígeme si me equivoco, no creo que sea de cuerdos intentar detener a una mujer enamorada.

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