Él se enamoro de la manera en la que os
conocisteis. Una tienda de libros perdida en mitad de Madrid, un concierto de
su artista favorito en Barcelona. Al fin
y al cabo todas las buenas historias deberían comenzar así. Te encontró en
medio de la nada con una sonrisa y pensó que quizás eras tú lo que había estado
buscando. Eras el prototipo perfecto de cualquier hombre, unos cuantos rizos cayendo
sobre los hombros y ojos avellana. Pero fallaste, salieron mal las cuentas y
mientras tú medias el tiempo por días que estabas sin él, él contaba los besos
que concedía a otras mujeres.
Hay algo que debes saber. Esas manos que desabrocharon
tus pantalones hace un par de meses son las mismas que ahora bajan la cremallera de mí vestido color
burdeos. Deberían fallarme las cuentas a mí también, debería poner a salvo a mi
pequeño miocardio de las posibles fibrilaciones que proporcionan los hombres.
Deber debería. Pero no quiero. Mi corazón late demasiado fuerte cuando me dice “eres
casi perfecta” y, corrígeme si me equivoco, no creo que sea de cuerdos intentar
detener a una mujer enamorada.
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