miércoles, 27 de marzo de 2013

Soledad.


Recuerdo la manera en la que te suplique que te quedaras, allí tirada en el suelo agarrándote de la mano. Tú parecías escucharme, aunque en realidad ya no lo hacías. Recuerdo recorrer aquel pasillo por última vez para despedirme de ti. Camine sobre cristales durante años. Seguí guardando tu ropa en nuestro armario. Te fuiste tan rápido que ni siquiera te dio tiempo a hacer la maleta. Me dejaste tu perfume en cada rincón de nuestra casa. Recuerdo que volví a reír de vez en cuando, aunque tú seguías sin escucharme. Volví a ponerme mis sandalias de piel, las que tanto te gustaban, para que los cristales sobre los que caminaba no dolieran tanto. Aún así los pedazos de mi diminuto corazón seguían clavándose. Esta noche he vuelto a soñar contigo. Como cada noche después de que te diagnosticaran cáncer.

Echo la cabeza hacia atrás y me parece escucharte mejor. Un impulso será suficiente. 

- Perdóname por no ser todo lo fuerte que me pediste pero prefiero ser valiente y andar sin cuidado alguno sobre esta barandilla. A ras del cielo una se siente mejor. 

Ahora sí que puedes oírme, me acaricias con ternura y me sonríes. Un par de lágrimas recorren mis pómulos. Cierro los ojos y sonrío. Por fin estoy donde quiero estar.

Contigo.

martes, 19 de marzo de 2013

Adele.


Él se enamoro de la manera en la que os conocisteis. Una tienda de libros perdida en mitad de Madrid, un concierto de su artista favorito en Barcelona. Al fin y al cabo todas las buenas historias deberían comenzar así. Te encontró en medio de la nada con una sonrisa y pensó que quizás eras tú lo que había estado buscando. Eras el prototipo perfecto de cualquier hombre, unos cuantos rizos cayendo sobre los hombros y ojos avellana. Pero fallaste, salieron mal las cuentas y mientras tú medias el tiempo por días que estabas sin él, él contaba los besos que concedía a otras mujeres.

Hay algo que debes saber. Esas manos que desabrocharon tus pantalones hace un par de meses son las mismas que ahora bajan la cremallera de mí vestido color burdeos. Deberían fallarme las cuentas a mí también, debería poner a salvo a mi pequeño miocardio de las posibles fibrilaciones que proporcionan los hombres. Deber debería. Pero no quiero. Mi corazón late demasiado fuerte cuando me dice “eres casi perfecta” y, corrígeme si me equivoco, no creo que sea de cuerdos intentar detener a una mujer enamorada.

domingo, 10 de marzo de 2013

Irene.


Saca de una vez la cabeza de debajo de la manta y coge aire, que tus pulmones se encharquen de vida. Porque sigues aquí y lo único que falta es conseguir ponerte de pie, aunque las piernas fallen. Que a mí un día también me fallaron las matemáticas y siempre al sumar me salía tres. Pero una aprende con el tiempo, y aprendí a restarle importancia a los problemas, a sumar las sonrisas que lograba al día, a la semana y al mes, a multiplicar mi independencia y a dividir todas las lágrimas entre cada ojo que conseguí abrir cada mañana. Saca tus manos de debajo de esas sábanas, que aún tienen ganas de sentir nuevas pieles. Aunque tú no lo sientas, todavía. Muestra tu risa al sol, aunque hoy este nublado, que sonrisas así no se ven todos los días. Levántate y lucha. 

Porque siempre hay luz al final del camino, te lo prometo.

domingo, 3 de marzo de 2013

Olvido.


Poder ser la musa de alguien cuyas ganas de vivir ganen batallas perdidas. Alguien que sepa describir mis ojos como los más profundos de la tierra y mis manos como las más suaves que haya acariciado jamás. Que se pierda en mi pelo corto y alborotado y ría cuando mi coleta pierda el equilibrio y comience a caer por culpa de la gravedad. Que describa mis lunares y sepa cuantos tipos de sonrisa tengo. Como aquella película de hace años. Que escriba en versos lo que siente con mis besos y que haga poesía cuando el miedo de perderme le pille por sorpresa. Porque los buenos escritores ven ese tipo de detalles.

Desear ser, por una vez, la inspiración de alguien sobre lápiz y papel.

sábado, 2 de marzo de 2013

Violeta.


Y aun así, cuando regreso a casa con un par de copas de más es inevitable acordarse de ti. De tu último cigarro del día en la ventana, de las paredes grises de nuestra habitación. Grises como los días en los que vivo desde que decidiste respetar mi decisión. Abandonarte. Dejarte libre. ¿Marchar? No encuentro la palabra correcta. Todas me siguen pareciendo igual de incomprensibles y nefastas. Nada encaja con lo que te diría si estuvieras aquí, en nuestro sofá debajo de una manta. En casa. Con las manos enlazadas. Porque sigo paseando por nuestra calle y sigo esperándote a las 10:30 en la salida. Aunque tú no me veas, sigo escondida entre tus “te quiero” y mis “no te quiero olvidar”. Demasiados “quiero” en este corazón etílico cansado de intentar olvidarte en cada sorbo que le doy a la vida.