domingo, 4 de junio de 2017

Pilar.


Es la primera vez en mucho tiempo que me asomo a vuestra habitación a primera hora de la mañana. Ojeo. Tanteo el terreno. Siempre es duro ver una cama de matrimonio desecha solo a medias. Tu parte, impoluta, es respetada y ni las sabanas ni la colcha han sufrido el mismo desgaste físico que el evidente lado derecho.

Entro de puntillas, cierro la puerta y me sumerjo en la cama. Aspiro el olor de la rutina, a campo y soledad, y miro el despertador. Solo han pasado dos años. Tic tac. Sólo han pasado dos años. Tic tac. Recuerdo entonces aquellos veranos en los que el abuelo madrugaba y dejaba su hueco libre. Recuerdo hacer el mejor abordaje del mundo mientras tú disfrutabas de unos momentos más de paz antes de empezar el día. Y allí, adormilada,  disfrutabas de nietas tanto como nosotras disfrutábamos de ti. No recuerdo nuestra edad ni las conversaciones que tuvimos en aquella época, tonterías, supongo, que sea como fuere nos hacían felices. Tic tac. Vuelvo de nuevo en sí. La luz se cuela por las persianas y resbala entre mis piernas. Tic tac. Me quedaría allí toda la vida.

“Los muertos no nos necesitan, lo muertos ya están descansando. Son los vivos los que nos necesitan” le decía Herminia a Antonio hace unas semanas. Ya, pero yo te necesito a ti. Tic tac. Se está haciendo tarde. Tic tac. Has emprendido el viaje más largo de tu vida y no hay billete de vuelta a casa. Tic tac.

Me escurro entre las sábanas, salgo como entro, de puntillas y entorno la puerta. Ahí está la señal. El nudo en la garganta que indica que una retirada a tiempo es a veces el mejor de los triunfos.

Volveré. 
Y tu lado de la cama seguirá como hasta ahora.
Esperando que regreses.

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