Y en el minuto previo al trágico encuentro de nuestra distancia, era feliz.
Feliz con mi cerveza pre-calentada y nuestros bailes valientes entre gente
desconocida. Te juro que era feliz. Visualice la amplitud de los metros que nos
separaban. Porque irremediablemente sabía que estabas allí. Y entonces llegó. Tú
segundo de gloria y mi segundo de derrota.
No lo comprendo.
No.
Lo.
Entiendo.
Hace tiempo que me saque el fastpass en esto de existir en tu vida. Salgo y
entro sin permiso. Abandono el barco cuando veo que la probabilidad de coger un
bote salvavidas es mínimo, pero siempre acabo regresando a nado por motivos que escapan a mi fuerza de voluntad. Única y exclusivamente, el hecho de saber
que estas bien.
La has encontrado. Y es ella. No me cabe la menor duda. Pero yo, formo
parte de tu historia. Yo fui la primera. Ni la segunda, ni la última. Fui, soy
y seré. Y no hay barra, ni bar que pueda borrarlo. Ni pareja, ni desprecio
fingido que haga desaparecer lo que ocurrió.
Existió.
Tú estabas allí.
Y yo, también.
La probabilidad de que podamos ser amigos.
Tu indiferencia desmedida.
La medida exacta de la distancia física en kilómetros o en segundos.
Que rompe, que destroza, la probabilidad.
La posibilidad de.
A ti, a mí.
Tú. Y tus ganas de joder. Me.
Eso.
Eso es lo que más duele.
No hay comentarios:
Publicar un comentario