martes, 5 de julio de 2016

Adela.


Lejos de pensar en lo agobiante que resultaba estar encerrada en una oficina en pleno julio, Adela correteaba por los pasillos dando los “estupendos días” a todo el que pasaba por allí. Entre sus valiosas rarezas estaba la de no ser capaz de dar unos “buenos días” como todo el mundo. Cuándo le pregunte por primera vez porque decía “estupendos” en lugar de  “buenos” me respondió con un sincero “Los buenos días acaban siendo como los te quiero, de tanto pronunciarlos acaban desgastándose”.  Nunca vestía tacones, si el maquillaje existía ella nunca lo había descubierto. Cuando alguien bromeaba sobre sus ojeras simplemente contestaba “Que afortunado eres, tú que puedes verme tal y como soy”.  Nunca tuvo importancia realmente, ese pelo rizado a juego con el color de sus pecas hacían de ella un ser magnífico. Muchos decían que era imposible vivir constantemente de alegrías, yo sin embargo, me encargaba de beber a tragos esa energía que irradiaba. Hace poco leí en un artículo que somos como bombillas, que transmitimos todo lo que somos. Adela sin duda era una luz de neón. Increíblemente luminosa, admirable, por dentro y por fuera. 

Maravillosamente ella.

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