Rozas mis labios con tus dedos, lento, torpe, pausado. El color burdeos se
diluye entre tus yemas y mi lengua las repasa para no dejar huellas que nos
recuerden que aquella noche estuvimos allí. Con movimientos sinuosos formas
ondas perfectas sobre mi pecho. Ahí justo ahí, clavas tus uñas y tu hambre de mi. O de cualquier otra, te conozco. Dejas sin movilidad mis costillas
mientras reconstruyes mis pulmones y mis ganas de gemir. Vuelves con paso
firme, sin llamar a la puerta, el timbre sigue estropeado desde la última vez,
como mi razón, coherencia y amor propio. Te dejo entrar y me desatas la vida y
el sujetador. Vuelves y me sujetas con ambas manos. Pero terminas de jugar
entre mis piernas y me sueltas. Hay mejores latidos que perseguir en noches
tan largas como esta. Fuera llueve y dentro también. Entre mi pelo enredado
y las sabanas marchitas te observo vistiéndote. Me sonríes de lejos, a medias, a escondidas.
Y aparecen.
Sus versos ofensivos, extraordinarios, innegables.
“Creer que un cielo en un infierno cabe.
Dar la vida y el alma a un claro desengaño;
esto es amor, quién lo probo lo sabe.”
Río. Maldito Lope de Vega, si tú supieras.
- - No te olvides de cerrar la puerta al salir.
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