domingo, 24 de abril de 2016

Martina.


Rozas mis labios con tus dedos, lento, torpe, pausado. El color burdeos se diluye entre tus yemas y mi lengua las repasa para no dejar huellas que nos recuerden que aquella noche estuvimos allí. Con movimientos sinuosos formas ondas perfectas sobre mi pecho. Ahí justo ahí, clavas tus uñas y tu hambre de mi. O de cualquier otra, te conozco. Dejas sin movilidad mis costillas mientras reconstruyes mis pulmones y mis ganas de gemir. Vuelves con paso firme, sin llamar a la puerta, el timbre sigue estropeado desde la última vez, como mi razón, coherencia y amor propio. Te dejo entrar y me desatas la vida y el sujetador. Vuelves y me sujetas con ambas manos. Pero terminas de jugar entre mis piernas y me sueltas. Hay mejores latidos que perseguir en noches tan largas como esta. Fuera llueve y dentro también. Entre mi pelo enredado y las sabanas marchitas te observo vistiéndote. Me sonríes de lejos, a medias, a escondidas. 

Y aparecen.
Sus versos ofensivos, extraordinarios, innegables.

“Creer que un cielo en un infierno cabe.
Dar la vida y el alma a un claro desengaño;
esto es amor, quién lo probo lo sabe.

Río. Maldito Lope de Vega, si tú supieras.


-         -  No te olvides de cerrar la puerta al salir.

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