martes, 26 de abril de 2016

Javier.


El electrocardiógrafo es el aparato electrónico que capta la actividad eléctrica del corazón. Esta máquina ha sido creada, a excepción de lo que podrían comentar médicos, enfermeras y auxiliares, para evidenciar (de cara al resto de los mortales) que un corazón ha dejado de latir.

Y cómo mortal que eres, cuando se para, cuando eso ocurre y deja de bombear sangre, te preguntas ¿por qué a mí? No hay respuesta para una pregunta de tal magnitud. Mi abuela, que en paz descanse,  hace años afirmaba abiertamente (cada vez que salía en la televisión alguna catástrofe nacional) que Dios estaba durmiendo. Y no le faltaba razón. Vivo o muerto, dormido o despierto la muerte juega siempre a la lotería con cada uno de nosotros, posando el dedo injustamente sobre aquel que menos lo merece.


Amigo, su corazón ha dejado de latir, pero el tuyo todavía no. Incluso ahora mismo, en la distancia, acompaño a tus latidos cansados por los pasillos de aquel lugar donde nadie quiere ir a morir, pero todos acabaremos pisando. No estoy presente, allí a tu lado, pero hoy más que nunca acompaño tu tristeza, tan atípica en ti, por la calle que nos vio crecer. Se fuerte amigo, que el mundo no te vea caer de rodillas. Que Dios, aunque este durmiendo, te envidie por valiente. 

domingo, 24 de abril de 2016

Martina.


Rozas mis labios con tus dedos, lento, torpe, pausado. El color burdeos se diluye entre tus yemas y mi lengua las repasa para no dejar huellas que nos recuerden que aquella noche estuvimos allí. Con movimientos sinuosos formas ondas perfectas sobre mi pecho. Ahí justo ahí, clavas tus uñas y tu hambre de mi. O de cualquier otra, te conozco. Dejas sin movilidad mis costillas mientras reconstruyes mis pulmones y mis ganas de gemir. Vuelves con paso firme, sin llamar a la puerta, el timbre sigue estropeado desde la última vez, como mi razón, coherencia y amor propio. Te dejo entrar y me desatas la vida y el sujetador. Vuelves y me sujetas con ambas manos. Pero terminas de jugar entre mis piernas y me sueltas. Hay mejores latidos que perseguir en noches tan largas como esta. Fuera llueve y dentro también. Entre mi pelo enredado y las sabanas marchitas te observo vistiéndote. Me sonríes de lejos, a medias, a escondidas. 

Y aparecen.
Sus versos ofensivos, extraordinarios, innegables.

“Creer que un cielo en un infierno cabe.
Dar la vida y el alma a un claro desengaño;
esto es amor, quién lo probo lo sabe.

Río. Maldito Lope de Vega, si tú supieras.


-         -  No te olvides de cerrar la puerta al salir.

domingo, 10 de abril de 2016

Sarah.


Si tuviera tan solo un minuto de vida que gastar contigo antes de morir y me temblaran las manos te pediría que las agarraras fuerte contra tu pecho. Y dime, ¿qué diferencia hay entre morir y quererte? Si lo que cuentan por ahí es cierto en ambos casos paseas por cristales de nieve o gotas de agua microscópicas suspendidas en el aire. Pero volviendo a lo que de verdad importa, ¿si me quedara un minuto de vida me harías sonreír por última vez? Y que si tuviera que llorar fuera de la risa. ¿Rozarías con tus labios mi nariz por última vez? ¿Me esperarías hasta nuestro próximo beso?

Ladeo la cabeza buscando algo más de comodidad y te miro. Estas asustado pero no comprendo el  por qué. Noto las costillas chocando entre sí y me doy cuenta. Qué tontería la mía. Cuando solo te queda un minuto de vida, cuando la persona que rige a su antojo las catástrofes naturales decide que hay caminos que deben separarse a la fuerza, entonces lo único que deseas que recuerde la otra persona,  lo único que eres capaz de decir es “te quiero”.  Solo ocupa varios segundos pero el resto, el resto solo quiero utilizarlos para memorizar tu rostro y pensar que mientras viví fui feliz.