viernes, 29 de agosto de 2014

Leticia.


Titubeabas cada vez que te dirigías hacia mí y vacilabas con la cabeza haciendo unas pausas poco comunes en ti. Y no creo que fueran las copas de más las que producían en ti ese tipo de reacciones, seguramente eras tú mismo traicionándote. Lapsus temporales en los que el deshielo de la copa (y de tu miocardio, como yo lo llamo) permitían avistar esa parte de ti que me recordaba una y otra vez la frase que Thomas Fuller dejo, para disfrute de todos, entre nosotros. “Todo es muy difícil antes de ser sencillo” me decías. Hacías tu ritual de aspavientos síntoma de tu estado etílico y entre susurros insistías en que Thomas Fuller era un “maldito mentiroso” que “de ser así lo nuestro ahora sería más sencillo”.

Y en verdad, borracho o no, tenía razón. Contradiciendo a cualquier historiador inglés que se nos pusiera por delante; habíamos decidido que nuestra historia de des-amor debía empezar bien y acabar con un “no estuviste ahí” o ejemplares similares. Al día siguiente, como si nada hubiera ocurrido, volvías a posarte en mí con tu irascibilidad común haciendo gala de tu pasión por lo solitario y lo extravagante.

Y bueno, no hubo un final concreto, solo nos cansamos de insistir y de tirar de la cuerda por el  extremo contrario. Yo volví a mi rutina, la del cola-cao antes de dormir y los abrazos de cada noche, él por contrario siguió viajando. No he vuelto a saber de él. Había aprendido a vivir solo y así, solo, continuó caminando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario