Titubeabas cada
vez que te dirigías hacia mí y vacilabas con la cabeza haciendo unas pausas
poco comunes en ti. Y no creo que fueran las copas de más las que producían en
ti ese tipo de reacciones, seguramente eras tú mismo traicionándote. Lapsus
temporales en los que el deshielo de la copa (y de tu miocardio, como yo lo
llamo) permitían avistar esa parte de ti que me recordaba una y otra vez la
frase que Thomas Fuller dejo, para disfrute de todos, entre nosotros. “Todo es
muy difícil antes de ser sencillo” me decías. Hacías tu ritual de aspavientos
síntoma de tu estado etílico y entre susurros insistías en que Thomas Fuller
era un “maldito mentiroso” que “de ser así lo nuestro ahora sería más
sencillo”.
Y en verdad,
borracho o no, tenía razón. Contradiciendo a cualquier historiador inglés que
se nos pusiera por delante; habíamos decidido que nuestra historia de des-amor debía
empezar bien y acabar con un “no estuviste ahí” o ejemplares similares. Al día
siguiente, como si nada hubiera ocurrido, volvías a posarte en mí con tu
irascibilidad común haciendo gala de tu pasión por lo solitario y lo extravagante.
Y bueno, no hubo
un final concreto, solo nos cansamos de insistir y de tirar de la cuerda por el
extremo contrario. Yo volví a mi rutina,
la del cola-cao antes de dormir y los abrazos de cada noche, él por contrario
siguió viajando. No he vuelto a saber de él. Había aprendido a vivir solo y así,
solo, continuó caminando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario