sábado, 17 de mayo de 2014

Alba.


El hogar está, no donde resides, sino donde el corazón señala. El mío por ejemplo apunta al sur. Huele a tierra mojada  cuando hay tormenta y a albaricoque en época de primavera. Huele a incienso en mayo y lumbre en navidad. Huele a familia, a libertad y saber…sabe mejor aún.  A vino, a caldereta, a torrijas, a libertad. Siempre libertad. Como cuando subes a la Sierra y tienes el campo a tus pies. Y agarras a tu amiga de los hombros y le dices “todo esto que ves hija, algún día será tuyo” y reís bromeando. Y bonito no es suficiente, bonito se queda corto. Porque atardece y los molinos se funden con él. Colores del verano que se mezcla con los orgullosos gigantes, en lo alto del pueblo, siempre guardianes de él.

La parra no cubre todo el techo lo que permite al sol colarse a mitad de mañana. Son muchas las ocasiones en las que decido hacer del patio mi sitio particular, guardo silencio y escucho. Oigo a los pájaros en el laurel y a las avispas zumbar a mí alrededor. A veces reclino la cabeza para captar todos los rayos de luz que me sean posibles y cierro los ojos. No puedo evitar pensar en que si el cielo existe debe ser parecido a esto. Y sonrío.

Estoy en casa.

Estoy en mi hogar.

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