He probado dos clases de drogas prácticamente igual
de adictivas. La primera de ellas me absorbía de tal manera que pasaba los días
y las noches enredada en turbias discusiones que me rompían alma-corazón sin casi darme cuenta. Sin embargo, durase lo que durase el infierno, siempre volvía para lamer
mis heridas. Porque si no lo hacía era yo la que pedía más. Era fácil, sencillo. La segunda, por otro lado, causándome la misma dependencia, eran pocas las
veces que me veía envuelta en una maraña de malentendidos. No obstante, y a
diferencia del primero, cuando los había, esta no regresaba. En una ocasión (y fue suficiente) me
mantuve de pie, llorando, abrazando y pidiendo perdón (a mí narcotizante) en susurros. Cuando mire hacia arriba alcance a ver unos ojos mirando al infinito,
devolviendo el abrazo, seguramente, por mantener la compostura.
Cuando no se
tiene punto medio y no hay elección, cuando ves un tempano de hielo enfrente de
ti, inamovible y orgulloso, entonces, y solo entonces, te preguntas que droga
acaba doliendo más. La que golpea poco a poco o la que te asesta un golpe seco
que acaba, como siempre, abriéndote los ojos a la realidad. Vosotros que amáis
la vida casi tanto como yo, decidme, que droga es la que preferís que os mate. Por
dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario