miércoles, 24 de abril de 2013

Amélie.


Siempre tenía una maceta con margaritas en el balcón. Su madre las llevo en el pelo el día de su boda y ella las amaba tanto como su madre. No acostumbraba a ponerse tacones, siempre pensó que su figura era bonita tal y como se mostraba en el espejo. Era la chica de las sandalias planas y la falda de flores, la del pelo corto y el tatuaje de “Alma Libre” en la espalda. Fueron muchos los meses que ocupo leyendo a Palahniuk por las tardes y escribiendo poesía por las noches (por lo menos el tiempo que yo pasé a su lado). Siempre tomaba café descafeinado de sobre con leche y siempre eran varias las veces que tenía que repetírselo al camarero. Nunca necesito de un hombre para mover montañas y mucho menos para sentirse querida. Era lo que todo hombre hubiera deseado y desearía justo ahora, en este mismo momento. Una mujer cuyo último deseo era atarse a unos ojos que no fueran los de su señor gato. No me malinterpretéis, Amélie (sí, ese era su nombre) había llegado a amar como cualquier otra persona (incluso más). Una vez me dijo:

- Hazme un favor, quedémonos a vivir en horizontal, que me levanto nostálgica los domingos, y es la única manera de sobrevivir. No me refiero a tu cama, que también, me refiero a ese "cabemos en un asiento los dos", y te aplasto, y me plastas, pero no importa. Eres cálido y me gustas. Me gusta ver como los cristales se empañan y como coloco mi pie sobre ellos para hacerte de rabiar. Que me duele el cuerpo de tanto reír, y no me importa.

Debo admitir que sigo perdido por carreteras, ciudades y parques buscando alguien que se le parezca. Siempre supe que tuvo miedo a querer(me). No importa si se marchó porque no fue capaz de sentir o porque, por el contrario,  sintió demasiado. Es posible que fuera uno de los muchos chicos que alquilo su corazón por un par de meses. Sin embargo consiguió llevarme al éxtasis de la felicidad, y tal vez por eso, hoy, solo soy capaz de recordarla con una sonrisa.

miércoles, 17 de abril de 2013

Sofía.


Fui las gotas de lluvia que golpeaban el cristal del autobús cuando volvías a casa, cansado de vivir. Las ganas de levantarte por las mañanas y las de dormir en noches como esta, de insomnio. Fui el viento que te empujaba cuando no sabías que dirección escoger. Cada una de tus pisadas, esas que te recuerdan hoy el pasado para no tropezar con la misma piedra en un futuro. Fui tu libro abierto, tus páginas en blanco para escribir poesía o dibujar mis ojos. Ese tren que paso cada mes por la puerta de tu casa, esperando a que comprases el billete de vuelta. Las sabanas con las que te arropabas las noches de diciembre y las flores que recogí en las tardes de marzo. Fui tu deseo de comerme a besos, tus mordiscos en mi cuello, tus manos en mi espalda. Cada suspiro hasta llegar al orgasmo. Fui tu cielo y, a veces, tu escalera hasta el infierno. Tu mapa hasta la Torre Eiffel. Tus temores, miedos y manías. Tu esperanza y tu libertad. 

Porque lo fui todo.
Por ti.

sábado, 13 de abril de 2013

Carmen.


Me deshago de los tacones lanzándolos por el suelo y me sirvo un poco de whisky. Sola, en la habitación, brindo por los buenos tiempos que viví a tu lado. Aún recuerdo nuestra última copa de lambrusco. La bañera rebosaba agua, espuma y porque no, amor.  Aun éramos jóvenes así que nos bastaba con esos vasos de plástico que daban en los hoteles de carretera a las afueras de la ciudad. Éramos capaces de hacer maravilloso y eterno lo que a simple vista parecía corriente y efímero, pero de eso hace ya algún tiempo. Y aquí sigo hoy, bebiendo en copas de cristal incapaces de contener mas amor que el que voy regalando de bar en bar. Igual que tú, supongo.
Que soy incapaz de alimentarme de algo que no sean tus te quiero, y aquí, en la distancia, solo me vale tu recuerdo para sobrevivir. Eso y el café que preparan otros en mi cocina las mañanas de este enero, febrero, marzo y abril sin ti. 

sábado, 6 de abril de 2013

Penélope.


Llueve. El cristal sigue empañándose y la radio, incapaz de sintonizar una emisora, emite sonidos incomprensibles para mi oído. Quizás porque, como yo, todos los caminos me parecen igual de confusos y soy incapaz de escoger el mejor. El cuentakilómetros avanza. Atrás quedan recuerdos empapados en errores y amaneceres que calan hasta la médula. Debe ser porque los huesos ya están resfriados de tanto soportar vendavales. 
Quien tuviera una máquina del tiempo para poder viajar a través de tus ojos, de nuevo. Quien fuera marinero para naufragar en tu boca, otra vez, durante aquellos días de tormenta y reconciliación. Quien fuera sol y luna para estar contigo las 25 horas que tenían mis días a tu lado. Una más que utilizaba para mirarte mientras te hacías la dormida y así poder contar tus lunares. 
Me obligo a volver a la realidad y agarro el volante con fuerza. 
Fuera sigue lloviendo y el sol se pierde, por fin, entre el horizonte.