viernes, 25 de enero de 2013

Desirée.


Y allí me encontraba yo, mirando al infinito, con el bolso en la mano y el maquillaje a punto de desaparecer.  Esperando a que cambiaras de marcha, giraras por la rotonda de la quinta avenida y volvieras a buscarme. Nunca regresaste.

Camine durante horas sin rumbo pisando las baldosas de una calle que ya no alcanzaba a reconocer. Me senté en uno de esos bancos que parecen más solitarios si lo haces solo y encendí un cigarro. Deje que el cansancio cerrara mis parpados e intente, ingenua de mí, que el humo se llevara mis recuerdos, esos fotogramas que viajan a través de los sentidos sin tener en cuenta si estamos de acuerdo o no. Volvieron aquellas sonrisas escondidas debajo de una bufanda, aquel hotel de carretera de unas vacaciones improvisadas, aquella maleta con mis sueños y tus deseos, con nuestros viajes a la luna, y sin embargo te lo llevaste todo. Como el ladrón que roba tumbas o el amante que despoja a medianoche corazones solitarios. Te llevaste mi alma y me dejaste con un pintalabios rojo a medio usar, unos pies fríos incapaces de pensar y un saco de lágrimas amargas. Amargo como el café que ya no tomaremos los domingos por la mañana o el zumo de limón que hacía todas las tardes de verano solo para ti. 


Y dime, ¿quién se queda con los restos de este amor?

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