Me he puesto, a conjunto con mi nueva toma de decisión adquirida, unos buenos
guantes para partirte la cara. Y qué pena no poder volver al lugar donde me
arrancaste la dignidad y mi yo más sincero, para cortar tu sobredosis de
superioridad a tiras, mientras río y te recuerdo que al final, lo creas o no,
nunca has tenido un hombro en el que llorar.
Recoge el látigo entre tus manos, que nosotros no podemos sostenerlo. A ti
nunca te crucificaron, pero al resto sí, y nos duelen las manos de extirparnos
los clavos que con rabia e intención nos clavaste (y clavas) por la gracia de Dios
y tu estupidez.
Mi causa.
La culpabilidad.
La ignorancia.
Tu alma marchita,
feroz.
Tu derrota.
En este ring.
Aquí y ahora,
decido yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario