Zafón dijo en la Sombra del Viento que los muertos son las únicas personas
que no acuden a su propio entierro. Ya me entiendes. Nos mantenemos en pie
porque una fuerza sobre natural nos obliga a estar allí. Dispuestos a decir “adiós” a la nada. En el mejor de los casos “hasta luego”, pero jamás “hasta pronto”.
En el fondo somos egoístas y queremos seguir viviendo aunque echemos de menos.
Y aunque ese trozo de mármol rezaba tu nombre yo, desde entonces, prefiero rezarte a ti. El abuelo sigue
insistiendo en que el vecino no debía de querer tanto a su mujer cuando no la
visita un día sí, un día también. Yo le dejo hacer si así él es feliz, e
insisto en visitarte también aunque ya no estés en ningún lado. Tú armario, por el contrario, sigue insistiendo en que todavía estás allí, en casa. Y mamá. Mamá sigue insistiendo en que aprobar el examen
teórico y encontrar trabajo un mismo día 14 solo lleva tu nombre. Y yo también
lo creo así. No es que no crea en Dios, es que ya solo soy capaz de creer en ti.