Los asientos del
coche hacían lo que podían por sostenernos pero ni ellos ni nuestros propios huesos
eran capaces de agarrarnos para que no nos estrelláramos. El velocímetro marco los 160 mientras yo me deshacía en polvo de pena y
tu intentabas deshacer el mal que ya estaba hecho. Y mientras nuestras vidas derrapaban por el asfalto del miedo y la incertidumbre yo decidí abrir la puerta, mirar hacia atrás y poner punto muerto. Y es que podría haber
mantenido el pie en el acelerador pero, amor, el corazón ya estaba desgastado y poco
se podía hacer si el combustible había envenenado todos nuestros caminos de
escape. Se nos olvido ponernos el
cinturón de seguridad y eso, amor, acabo
con nuestras vidas.
Ojos que no ven
corazón que te extraña.
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