domingo, 2 de marzo de 2014

Bárbara.


Los asientos del coche hacían lo que podían por sostenernos pero ni ellos ni nuestros propios huesos eran capaces de agarrarnos para que no nos estrelláramos. El velocímetro marco  los 160 mientras yo me deshacía en polvo de pena y tu intentabas deshacer el mal que ya estaba hecho.  Y mientras nuestras vidas derrapaban por el asfalto del miedo y la incertidumbre yo decidí abrir la puerta, mirar hacia atrás y poner punto muerto. Y es que podría haber mantenido el pie en el acelerador pero, amor, el corazón ya estaba desgastado y poco se podía hacer si el combustible había envenenado todos nuestros caminos de escape.  Se nos olvido ponernos el cinturón de seguridad y eso, amor,  acabo con nuestras vidas. 

Esta noche he cerrado los ojos y he descubierto que mentían. 
Ojos que no ven corazón que te extraña.

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