domingo, 1 de diciembre de 2013

Alba.


Es posible que fueran las ganas de huir de aquella ciudad del cierzo lo que intensifico todo. Hacer una maleta sin saber el destino y desear (con todas tus fuerzas) un viaje idílico y aventurero. Y así fue, más idílico que aventurero pero perfecto al fin y al cabo. Y pronuncio la palabra “perfecto” sabiendo lo que ello conlleva. Dos días sin maquillaje porque “así estas bien”, y te tiro a la cama y te lanzo una almohada porque es posible que tengamos menos años de los que nos corresponden. Dos días durmiendo a tu lado, robándome las sábanas o dándote cabezazos, de esos que nos hacen reír. Porque soy un desastre, siempre me lo recuerdas. Y que me dices de esos baños romanos y esas fotos a escondidas. Podría haberme quedado allí entre vapor y eucalipto toda la vida, respirando la tranquilidad de poder disfrutar de ti contigo (como suelo decir las muchas veces que escribo sobre nosotros), o esas corrientes de agua que siguen demostrando que tu estás hecho para el engaño y yo para perder, pero siempre (siempre) queriéndonos mientras jugamos. Y bueno, puedes definirte como el mejor meteorólogo del país pero sigo pensando que mirar el tiempo en Google no tiene merito alguno, aunque nevar nevó. Y con ganas. Como las ganas de lanzarnos bolas de nieve en un parque deshabitado.
Hoy vuelvo a escribir para recordarme a mi misma lo afortunada que soy de tenerte a mi lado, no de haber recibido el regalo más caro de todos (yo siempre me he conformado con poco, lo sabes) sino de haber recibido el más mejor regalo de cumpleaños del mundo, a ti con una maleta, una cama, una cerveza y tu sonriéndome como siempre. Como cada vez que me dices te quiero con los ojos aunque no lo pronuncies.

Gracias 

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