Es
posible que fueran las ganas de huir de aquella ciudad del cierzo lo que
intensifico todo. Hacer una maleta sin saber el destino y desear (con todas tus fuerzas) un viaje
idílico y aventurero. Y así fue, más idílico que aventurero pero perfecto al
fin y al cabo. Y pronuncio la palabra “perfecto” sabiendo lo que ello conlleva.
Dos días sin maquillaje porque “así estas bien”, y te tiro a la cama y te lanzo
una almohada porque es posible que tengamos menos años de los que nos
corresponden. Dos días durmiendo a tu lado, robándome las sábanas o dándote
cabezazos, de esos que nos hacen reír. Porque soy un desastre, siempre me lo
recuerdas. Y que me dices de esos baños romanos y esas fotos a escondidas. Podría
haberme quedado allí entre vapor y eucalipto toda la vida, respirando la
tranquilidad de poder disfrutar de ti contigo (como suelo decir las muchas veces
que escribo sobre nosotros), o esas corrientes de agua que siguen demostrando que
tu estás hecho para el engaño y yo para perder, pero siempre (siempre) queriéndonos mientras jugamos.
Y bueno, puedes definirte como el mejor meteorólogo del país pero sigo pensando
que mirar el tiempo en Google no tiene merito alguno, aunque nevar nevó. Y con
ganas. Como las ganas de lanzarnos bolas de nieve en un parque deshabitado.
Hoy vuelvo a escribir para recordarme a mi misma lo afortunada que soy de
tenerte a mi lado, no de haber recibido el regalo más caro de todos (yo
siempre me he conformado con poco, lo sabes) sino de haber recibido el más mejor regalo
de cumpleaños del mundo, a ti con una maleta, una cama, una cerveza y tu sonriéndome
como siempre. Como cada vez que me dices te quiero con los ojos aunque no lo
pronuncies.
Gracias
No hay comentarios:
Publicar un comentario