sábado, 26 de octubre de 2013

Octubre tiene tu nombre.


Va hacer un año desde qué.
Me colé en tu casa, en tu cama, entre tus manos.
Y bueno, no nos va tan mal. Sigues amaneciendo enredado en mi pelo alguna que otra mañana, riéndote de mí por esa cara (que dices) tengo tan graciosa al despertar. Sigo recibiendo besos (casi) todos los días, y aunque nunca son suficientes al menos si que lo son cuando estoy falta de energía.
Deberías saber que mi momento preferido de la semana sigue siendo perderme contigo entre las sábanas y recibir besos de esos que soy incapaz de describir, y que lo único que consiguen es hacerme reír. Deberías saber que si tengo que imaginarme la vida dentro de unos cuantos años, me la imagino contigo. Que gracias a ti hoy soy una persona más rica en amistades y que me sobran las ganas de seguir conociéndolas a tu lado. Que sigo perdiéndome en tus ojos cuando me miras con ternura, y sigo apartando la mirada cuando consigues ponerme nerviosa. Que las mariposas siguen ahí, en nuestra habitación, en la misma en la que hace un año me conociste. De verdad. Deberías saber que, a día de hoy, soy la persona más afortunada del mundo. 
Pero tú todo eso ya lo sabes.
Así que no, no nos va tan mal.  
Yo diría que nos va estupendamente.

Y seguir viajando a través de la vida cogidos de la mano.
Y quererte hoy y mañana y siempre.

sábado, 19 de octubre de 2013

Rosa.


Era delgada como ninguna y su manera de vestir rozaba lo extravagante. Andaba de allí  para acá zarandeando los brazos mientras sus grandes anillos se movían al mismo compás. Poco puedo decir de aquel ser extraño que paso por mi vida de manera fugaz; plantó su dedo en mi y me preguntó que me gustaría cambiar de mi misma. Como esas estúpidas preguntas que te hacen en las entrevistas de trabajo, "¿Cómo se define?" 
¿Qué contestar? Qué suerte la de aquellas personas que afirman conocerse a sí misma en todos los sentidos. Yo rondaba los 25 y aún andaba pérdida por el mundo del “sí mismo”, discutiendo sobre lo que era y lo que quería llegar a ser algún día. Supongo que al no saber lo primero no podía llegar a lo segundo. Yo que sé.

-          Perdone, ¿Qué le gustaría cambiar de sí misma? – Repitió alegremente.
-          Hay gente que afirma que uno mismo no puedo cambiar.
-          Ay mi niña, eso es mentira. Todos y cada uno de los seres humanos tenemos el poder de cambiar. Normalmente las personas se quedan en su pequeña área de confort porque es lo que les resulta más cómodo. Son los llamados conscientemente incompetentes. Son conscientes de que hay algo en su personalidad que sería posible mejorar pero llenan de excusas su boca y siguen viviendo su vida. Dime niña ¿tienes algo que puedas mejorar?
-          Creo que sí.- Dije bajando la cabeza.- Verá mi problema reside en la mente. Soy algo más que pesimista, sobrepaso la línea del pensamiento catastrófico antes de que ocurra nada.
-          Debo admitir que esos son los peores. Eres una joven valiente, de lo contrario no estarías aquí. Debes saber controlar tus emociones y, sobretodo, tus pensamientos, solo así sabrás actuar correctamente. Crea pequeños planes de batalla para conseguir ganar tu propia guerra. Pequeños pasos como levantarte por las mañanas y pensar en lo fea que sería la vida sin ti. Repetir en voz alta que eres valiente. Y las mujeres valientes no se derrumban a la primera de cambio.- Añadió cogiéndome de la barbilla.- Cuando consigas no caer en los malos pensamientos solo tendrás que hacer una cosa, premiarte. Solo así crearas a la persona que quieres llegar a ser.
-          Parece fácil pero en la práctica no resulta tan sencillo.
-          Una vez un amigo mío me dijo qué si visualizas algo con mucha fuerza, mucha, mucha fuerza lo consigues.

Cogió su maleta llena de libros, beso mi frente, me guiño el ojo y se fue.  

miércoles, 16 de octubre de 2013

María.


Compre sueños e ilusión, compre un “quizás esta vez sí”; un “nosotros” después de haber sido siempre un “yo”. Compre un billete dirección a tus lunares, y tus abrazos. Lo compre todo. Y lo hice porque estaba en garantía (como poco) de un año. O eso dijiste tú.
Y es que después de llenar una maleta de emociones, de recorrer kilómetros de altas expectativas; de subirme a la montaña más alta y tirarme por el precipicio de la distancia, después de vivir agarrada de tu mano durante todo nuestro viaje, me rompes en dos. Y me dices pacientemente que no es el momento, como quién va a devolver un juguete que no le ha gustado, pero que ya ha utilizado. Si es así devuélveme los sentimientos. Los quiero enteros, tal y como te los mostré. Como cuando aún estaban en perfecto estado. Devuélveme el tiempo que perdí a tu lado. Mi felicidad al ver tus sonrisas. Pero sobretodo no te olvides de devolverme el tiempo que perdí en quererte. Menos mal que aún me quedan las palabras para escribir, a pesar de que me he quedado sin voz de tanto gritar que te echo de menos (en silencio).

Y ahora, largo de aquí. Ya no te queda ni un solo espacio en mi corazón.