domingo, 20 de marzo de 2016

Molly.


Tomar una determinación el uno de enero con altas dosis de adrenalina y alcohol. Y cumplirla. Hacerte caso después de tantos años. Ex - te quiero, ex - lo intentamos, ex – pareja, ex – amigo.

Utilizar el éxtasis del “déjate llevar”. Y al ritmo de ese te-ma-zo que al día siguiente no recordare, jurarme a mí misma, en un intento fallido de hacerme del mismo acero que tu, que no volveré a pronunciar - te. Y entre mis sentidas razones, sin duda encontrar tus silencios, que se hicieron más largos de lo que cualquier persona podría haber aguantado mirándote a los ojos. Esa y que no estoy dispuesta a pisar de nuevo la sala de operaciones, con el pecho abierto de par en par. Dejando al aire una herida que no supura.

Con lo que nos costó encontrar el momento. Con lo que nos costó perdernos. Porque en mi lista de asuntos pendientes he tenido que tachar tu nombre. Y asimilar con todas sus letras que no eres nadie, ni nada en la historia de mi vida. Un recuerdo tal vez, con sabor amargo. El recuerdo de una niñez  ávida de descubrirnos el uno al otro y que ahora, por desgracia se ha extraviado.

Y ésta vez, (d)ex-conocido, no voy a jugar a encontrarte.

Me lo prometo.

domingo, 13 de marzo de 2016

Sandra.


Me hieres. Cada vez que dices “no”. Cada vez que aprietas los dientes y pronuncias “no puedo”. No puedo o no quiero, depende de la mente que lea entre líneas. Y yo, por ahora, estoy leyendo una novela con final apocalíptico entre la línea de tus escusas.


Que mi capacidad de autocrítica se ha desbordado por fin y hoy me quiero más que nunca.  Que si estamos en agua de nadie, porque tierra no queda, es por ti. Si miras abajo comprenderás lo que te digo. Ahí donde no haces pie (ni tu ni tu entendimiento) hay un arrecife de rencor que fabrican los porqués que no van a ninguna parte. Y nado con fuerza, no te pienses, pero hay olas que ni tú mismo te crees y que creas. A mi alrededor, al nuestro. Esas son justo las que rompen contra mí, las que me han partido en dos, los brazos y las ganas de quererte.

Que estos dedos ya no quieren rozar ni mar de dudas, 
ni océanos de “entiéndeme” 
ni más resacas con tu nombre.

No me perdones, no lo siento ni yo.