Ya ha pasado otro
año más, ojos salvajes. Nos arrastró de enero a marzo con la fuerza de un
huracán. Tu mirabas de reojo como me hacia mayor mientras yo agarraba mis pulmones
con las manos.
Me ahogaba y llego Junio.
Y nos despertamos
un martes cualquiera con la sensación de que si existía un suelo bajo nuestros
pies, ya no lo había. El mundo se nos caía encima. La gravedad hizo su trabajo
e intentar sostenerse sobre las piernas fue imposible. Tan imposible como
esfumarse de la noche a la mañana, tan imposible como que tu propio corazón no
te deje latir. Temblaba. Me ahogaba de nuevo y cogí tus pulmones entre mis
manos para hacerlos respirar. Debía mantenerte en este mundo lo más cuerda
posible. Pero.
Es imposible
mantener siempre a salvo un corazón arrastrado por la gravedad.
Te ahogabas sin remedio y nos atravesó Diciembre.
Ha llegado Enero,
ojos salvajes. Ha llegado con ganas de verte(nos) respirar. Con los pulmones hinchados
de esa hormona del placer que los científicos llaman serotonina. Con los ojos
rebosantes de ganas de vivir. Con la certeza amiga, de que no hay años malos.
Solo complicados.
Ha llegado Enero,
ojos salvajes. Y debemos seguir caminando.
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