sábado, 19 de abril de 2014

Adriana.


Hoy hemos vuelto a abrazarnos y yo he vuelto a respirarte. Como cuando regresas a casa después de las vacaciones de verano. Y no ha hecho falta convertir en Martini con limón la sangre que me corre por las venas para echarte de menos al despertar. Hoy he vuelto a quererte de nuevo, o tal vez es que no he dejado de hacerlo todavía. Hoy has vuelto a ser mío, aunque tú ya no seas ni dueño de ti mismo. Porque me echas de menos, lo sé.

Hoy he vuelto a soñar contigo. 

jueves, 10 de abril de 2014

Teresa.


Las voces retumbaban a mí alrededor mientras yo jugueteaba con las manos. La gente revoloteaba de allí para acá con el máximo respeto que les era posible dada la situación. No recuerdo el color de las paredes pero era imposible concentrarse en nada cuando hasta los marcos de las puertas tenían el poder de chuparte la vida. Y sobre aquellos raidos sofás (si es que podían llegar a considerarse así) estaba él. Tenía la cabeza gacha, sus gafas redondas y grandes mostraban la mirada perdida de quién no sabe regresar al mundo real, y sus manos, viejas y arrugadas se aferraban a un pañuelo bordado. Me juego el cuello a que por aquella cabeza solo rondaba la idea de “largaos de aquí y dejadme tranquilo”, sin embargo, y al contrario de lo que yo pensaba se levantó y se fue.

Debéis saber que antes de salir por la puerta caminó despacio hacia el cristal y apoyo la mano. Debéis saber que cansado, reposo la cabeza sobre él y susurro lo que, me juego la vida, fue un “volveremos a vernos mi amor”. Porque no hace falta que os diga lo que había al otro lado del cristal.

Abrió los ojos de nuevos, enjugo sus lágrimas en el pañuelo y lo guardo cuidadosamente en el bolsillo de su traje. Justo el mismo que llevo para el día de su boda.  Su mujer merecía verlo guapo, como hace 60 años, como aquella vez. 

Aunque ella estuviera lejos.
Aunque ella ya no estuviera allí.