lunes, 6 de enero de 2014

Kate.


Todos sabíamos de lo que era capaz. Cogió la botella como si de un loco se tratara y derramo un poco sobre la copa (el resto cayo irremediablemente sobre la mesa). Alzo el brazo con solemnidad y brindo por la hipocresía. Poco se podía decir de aquel personaje, un joven que vivía sumido en la envida y se alimentaba de los besos que le ofrecían por las calles. Nunca nadie lo llego a querer, no al menos como lo hizo ella. Almas mudas, desterradas a sobrevivir en el amor propio y el odio en general. Fue como chocar contra uno mismo, y al final paso lo que tenía que pasar. Ella murió de sobredosis en un hostal de Venice Beach y él decidió que para vivir sin ella prefería seguir viviendo muerto en vida con sobredosis de alcohol, sobredosis de tristeza y sobredosis de ira. Dejaron de jugar al gato y al ratón, al “a ver quien puede más”. Dejaron de beberse la vida a tragos y de meterse las noches a rayas. El dejo de contar las pecas que adornaban su nariz y ella…ella dejo de sentir sin más. Pocos conocían la historia y ninguno, a día de hoy, se atrevía a contarla.

- …y sobretodo amigos, brindo por cada uno de los hijos de puta que me han amargado la navidad.- finalizó su discurso con un largo trago y se sostuvo sobre la mesa para no caer.

Cansada me levante y copa en mano añadí. – Por Kate.

Necesitaba con urgencia un corazón sediento de cualquier otra cosa que no fuera dolor, esto debía terminar. La mesa enmudeció. Acababa de despertar a la bestia.

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