Me llamó vértigo. Lo pronunció como si cada sílaba desgarrará
un poco más la idea preconcebida de que aquello no tendría un final. Asimiló en
aquellos segundos que angustia y dolor eran directamente proporcionales y que
mientras él había querido multiplicar yo decidí dividir. Imploré que aquello acabase pronto y reprimí mi
impulso de dejarlo allí sin pena ni gloria a la espera de un final menos amargo
para él pero igualmente insípido para mí.
Arrastró entonces sus pies hacía mí. Deambular de un lado
a otro no resolvería nada. Me miró fijamente. Me miró como si fuera la última
vez. Él sospechaba que lo sería, yo lo sabía a ciencia cierta. En la radio
comenzó a sonar “Not today from”. Que fácil hubiera sido quererte, pensé.
Hubiera sido tan cómodo dejarte entrar y cerrar la puerta tras nosotros, que
hubieras colocado tu cepillo de dientes en mi baño y haber paseado los domingos
de la mano. Tan sencillo como decir “esta vez sí”.
Volví en mí.
- ¿Vértigo?- Pregunté.
- Inexplicablemente me sentí atraído hacía ti y tu extraña manera
de pedir un cigarro. Sujetabas 6 libros tan solo con dos manos, correteabas de
un departamento a otro y poco más pude ver además de tus ojos haciendo fuerza
para sostener todo aquel conocimiento en forma de papel. Deje de tener equilibrio por mí mismo porque,
al igual que tus libros, comenzaste a sujetar mi cuerpo entre tus manos. Mi
vida nunca ha pendido de ti pero mi sonrisa comenzó a tener sentido desde el
momento en que observé tu cuerpo bailar al ritmo de “The Night We Met” durante aquel concierto de
versiones acústicas en la Campana de los Perdidos. Porque nunca entendí como
alguien podía ser capaz de moverse al compás de una melodía tan pausada de la
forma tan hipnótica y delicada cómo lo hiciste tú. Has creado en mí la
sensación de libertad cuando en realidad nada de lo que yo había imaginado ha
existido nunca. Has sido el peor de los vértigos que he sufrido.
Acaricié su
mejilla porque, sorprendentemente, en aquel momento sentí la necesidad de
decirle a través del contacto que todo saldría bien.
- Ante los vértigos recomiendan mantener los ojos cerrados. – Añadí
intentando poner el lado cómico a aquel debate con un solo participante.
- Cerrar los ojos significa perderte.
No supe que
decir. La gestión de mi vida personal había sido una desastre hasta el momento.
Esto era tan solo un funeral más. Lo besé. Lo besé por pena, por miedo. Lo besé
con ganas. Misteriosas ganas. No deberían existir los últimos besos, al menos
no aquellos que sabes con certeza que lo son.
Me aparté con
delicadeza.
- Los vértigos conforme llegan se van. A veces tardan unos días, en otros
casos semanas. Siempre lo supiste.
Recogí mis libros
con rapidez y emprendí la vuelta casa. Al igual que el último beso también
existió el último “date la vuelta por favor” entre dientes.
Nunca volví la
mirada.