No es que me guste ir en el asiento que va hacia atrás en el autobús, es
que soy una antisocial en mis días de chubascos. Me he sentado en un rincón,
puesto las gafas de sol y cerrado los ojos con rapidez. Voy de camino a la
depilación laser, ¡y como duele joder! Quién diga lo contrario se equivoca. En
esos días de nubes y claros esas pequeñas cuchilladas se soportan con algo de
dignidad. En los días de chubascos cierras los parpados con fuerza y te cagas
en la pobre mujer que solo está haciendo su trabajo. Abro los ojos y ahí está,
el reflejo de un cuerpo escombro. No en ese sentido joder, me refiero a que estoy
destruida. Y me fijo, de repente, en las
comisuras de mis labios, en lo tristes que están. Pobres comisuras. ¿Alguna vez
les hemos preguntado que tal les va? Ahí las tenemos, sometidas a una dictadura
feroz, obligadas a crea un ángulo curvo dirección
al subsuelo cuando nos sale del pinrel. Me pongo los auriculares, suena “Caída
libre” y recuerdo aquella noche en Casablanca. El dj “hipster” de aquel local
de moda trataba de poner míticos temazos mientras el resto ahogábamos nuestras
penas en mojito de cerveza. Supersubmarina sonaba cuando le pedí entusiasmada “Bailarás
mi rubia para mí”. Momento mítico también el de mi cara de póker cuando soltó
por esa boquita “¡Pero si E S A es muy lenta!
Ese tío C L A R A M E N T E no sabía (ni sabe) que Yola mola mil. Y sonrío.
Hay canciones capaces de salvar vidas. Y días.
He llegado sin darme cuenta a la puerta, una pareja de ancianos que ronda
los 85 años como mínimo intenta acceder al interior mientras se colocan las
muletas correctamente. Madre mía, ¿qué probabilidad hay de que no se la peguen?.
Sujeto la puerta y les acompaño al ascensor. El hombre casi sin aliento dice “Hoy
utilizo el ascensor pero todas las mañanas subo andando hasta el tercer piso”. Flipo
en colores y respondo “¡Pues ya hace usted más ejercicio que yo!”. Sonrío. Sin
previo aviso escupe por su boca una bala, un órdago en el mus.
- - Cincuenta y dos escalones ni más ni menos.
“Coño, pero si prácticamente no puede andar.” Salen de ascensor, la puerta
se cierra. Mierda, ya está aquí la lección del día. Tarareo “Y saldrá de
nuestra flaqueza, energía que no teníamos.” y sigo caminando. Las comisuras de
mis labios llaman a la puerta, me piden permiso para sonreír, y yo amablemente
les respondo:
- - Adelante, mañana será otro día.