Abrí la puerta
con cuidado y deje las llaves encima del recibidor. Todo estaba en su sitio,
tal y como lo deje. La única diferencia eran esos dos dedos de polvo en cada
rincón de la casa y un par de arañas acampadas en el salón. No hacía falta ningún tipo de mapa para saber donde debía ir, los recuerdos impregnados en las paredes me guiaron hasta
su habitación. Allí estaba, el desorden típico de quién hace la maleta rápidamente
huyendo de dios sabe qué. O quién.
Por aquel
entonces él era un espectro con media alma en el suelo y la otra media entre
las piernas de una chica a la que solía llamar “Ade”. Nunca supe su nombre
completo, solo pronunciar aquellas sílabas causaban en él un dolor similar a que
te golpeen las espinillas. Podéis imaginar. Yo, por otro lado, me dedicaba a
romper muros y atravesar a la gente con el don de ser una misma. Una chica sin
reputación. Hicimos una metamorfosis perfecta.
Abrí el cajón de
la mesilla. Allí estaba, una carta de aspecto antiguo con más años encima que
ganas de ser enviada. Me descubrí oliendo aquella página entre mis manos. Y eso
fue suficiente. Aquellas estupendas feromonas atravesaron mis escasos 1,67 metros de altura, quedándose
estancadas a la altura de estómago. Respire.
Aun recordaba la imposibilidad de pensar racionalmente cuando introducía mi
cara en su cuello. Era im – po – si – ble ponerse a salvo. Aunque durante aquel verano del 92 “a salvo”
significaba él. Sonreí y leí sus palabras. “Eres increíble”. Cogí un bolígrafo al
azar y conteste a aquellas palabras. “Solo si estoy contigo” añadí. Guarde la
carta en su sitio y me escabullí rápidamente de aquel cementerio de
sentimientos. Hay historias que
aunque hablen en presente deben ser solo recordadas en pasado.
Tal vez volvamos
a encontrarnos por el camino mi amor, pero todavía no.